De todos los medios educativos hay uno al que Francisco Giner de los Ríos, el pedagogo rondeño creador de la Institución Libre de Enseñanza a finales del siglo XIX, presta especial atención; es lo que él llama el método intuitivo, que no puede confundirse simplemente con una enseñanza empírica; en él entra la observación sensible, desde luego, pero también la introversión, el pensar por cuenta propia, el estímulo de la actividad crítica y creadora y el desarrollo del elemento racional con sentido de responsabilidad, el impulso hacia el trabajo propio y personal, alimentando toda clase de iniciativas sanas y enriquecedoras de la personalidad, etc. En una palabra, todo aquello que contribuya a que el alumno/a perciba intuitivamente el contenido de la enseñanza a través de la realidad y no por medio de abstracciones y generalizaciones cuyo sentido resulta a veces difícil de precisar.
“Sustituid en torno del profesor a todos esos elementos clásicos por un círculo poco numeroso de escolares activos que piensan, que hablan, que discuten, que se mueven, que están vivos, en suma, y cuya fantasía se ennoblece con la idea de una colaboración en la obra del maestro. Vedlos excitados por su propia espontánea iniciativa, por la conciencia de sí mismos, porque sienten ya que son algo en el mundo y que no es malo tener individualidad y ser seres humanos. Hacedlos medir, pesar, descomponer, crear y disipar la materia en el laboratorio; discutir, como en Grecia, los problemas fundamentales del ser y destino de las cosas; sondear el dolor en la clínica, la nebulosa en el espacio, la producción en el suelo de la tierra, la belleza y la Historia en el museo; que descifren el jeroglífico, que reduzcan a sus tipos los organismos naturales, que interpreten los textos, que inventen, que descubran, que adivinen formas doquiera... Y entonces la cátedra es un taller y el maestro un guía en el trabajo; los discípulos, una familia; el vínculo exterior se convierte en ético e interno; la pequeña sociedad y la grande respiran un mismo ambiente; la vida circula por todas partes y la enseñanza gana en fecundidad, en solidez, en atractivo, lo que pierde en pompas y en gallardas libreas”.
La cita es excesivamente larga, pero es probable que haya pocas semejantes en las obras escritas de Giner que nos den una idea tan precisa de lo que era su magisterio. Al leer esas páginas, el inolvidable maestro se nos retrata en cuerpo y alma; a través de ellas podemos verle con los ojos de la imaginación mezclado como uno más entre los alumnos/as —visible sólo por su cabeza calva y cana— contestando las preguntas inquietas y curiosas de los niños/as.
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